Se sentía perdido tras la traumática
experiencia. ¡Había vuelto a suceder!
Todo se torció en el juicio cuando la
defensa llamó a la testigo final.
Al escuchar su nombre, no pudo evitar un
estremecimiento. La mujer, ciega, avanzó por la sala y el
silencio se fue adueñando de los presentes…
Habían pasado diez años desde la última
vez que la vio, pero recordaba el encuentro como si hubiese ocurrido el día
anterior.
Como fiscal del estado, su deber era
probar los cargos del imputado y conseguir así su condena. Siempre tenía éxito aunque, para ello,
tuviese que maquillar las pruebas en algunas ocasiones. Como en ésta.
Tan sólo una vez había perdido un caso. Fue
cuando ella le miró de frente con sus ojos ciegos. Y ahora estaba allí, sentada de nuevo en
el estrado, dispuesta a desmantelar las teorías que tanto le había costado
preparar.
Mientras escuchaba el testimonio de la
mujer, su mente asumía la derrota. Incapaz de rebatir sus afirmaciones se
rindió ante la evidencia: había perdido el juicio.
Poco después abandonó el juzgado y
comenzó a caminar por la carretera, bajo la lluvia.
Habían pasado horas cuando el rumor de
un río le hizo levantar la mirada. Frente a él se alzaban los muros de la Torre
de Belem. Sin dudarlo, pagó la entrada y comenzó a
ascender por la angosta escalera. Dejó atrás la Sala del Gobernador, la Sala de
los Reyes, la Sala de Audiencias, la Capilla y llegó a la Terraza.
Desde allí, la visión oscura de las
aguas del Tajo, le produjo un efecto hipnótico, su mente comenzó a repetir el
nombre de la mujer que le había vencido: Justicia.
Tapándose los oídos, para huir del
sonido que le llenaba la cabeza, saltó al vacío.
Ya jamás volvería a sufrir otra derrota.
Belén Rodríguez