Un relato del ayer, hoy y mañana
con el regusto salobre
de lo efímero
traspasa barreras imaginarias
que segmentan su transcurso
inexorable.
Así de indescriptible es el tiempo,
hostigador claro
de promesas incumplidas,
el culto a lo imprevisto
mientras los años nos persiguen
de cerca.
Aunque la espera dura toda
la vida, el epílogo del propio
nunca se escribe.
Las notas de los días, inconclusas,
adoptan el guión establecido.
Hasta que ya nada cuenta.
Un segundo se transforma
en infinito, metamorfosis
de un periodo que termina
sin haber exhalado
un solo aliento.
Belén R.